Juan Orellana | 03 de septiembre de 2021
Si un cineasta realmente ha visto su vida cambiada por la experiencia del encuentro con la fe, y todo su quehacer está iluminado por ese encuentro, su película será católica, se trate de una comedia, un western, un thriller o una película sobre la última vaca tudanca de Oregón.
Con el fin de nacionalcatolicismo vinieron unos años de resaca y el cine español fue copado completamente por visiones liberales e izquierdistas con no pocas alusiones caricaturizadas a la Iglesia. Una vez asimilada y asentada la transición, unos cuantos directores y productores católicos se animaron a emprender proyectos evangelizadores ante el radical laicismo que se había impuesto en la sociedad. Coincidiendo con ese resurgir del cine de temática religiosa, se abrió una discusión en determinados foros sobre el cine católico: ¿en qué consiste? ¿debe existir? ¿el cine católico debe ser cine de valores? ¿el cine debe catequizar?… preguntas que admiten muchas respuestas, porque pueden plantearse desde muchas perspectivas. En este artículo no pretendemos responder a esas preguntas, que muchas veces son retóricas y sobre todo porque partimos de la base de que cada uno debe hacer la película que le venga en gana. Pero sí puede ser interesante hacer una reflexión sobre ciertos criterios de fondo.
Casi todo el mundo piensa que el calificativo de católico o cristiano aplicado a una película se debe basar en los contenidos de la misma. Si la película es de tema bíblico, trata de la vida de un santo o de unas apariciones de la Virgen, así como si aborda cuestiones morales como el aborto, la eutanasia o la defensa de la familia, se considera «cine católico». Y no digo que no. Pero pensamos que ese planteamiento condena al cine católico a ser exclusivamente un complemento audiovisual de catecumenados y procesos formativos. Aunque se estrene en salas comerciales. Creemos que es necesario indagar en otra posible perspectiva más abierta, y por ello más «católica». Y es la que pone el punto de mira, no en la película y sus propuestas sino en el sujeto que la realiza.
Lo que hace atractiva una película son sus acentos de verdad humana, sean pocos o muchos
Si un cineasta realmente ha visto su vida cambiada por la experiencia del encuentro con la fe, y todo su quehacer está iluminado por ese encuentro, su película será católica, se trate de una comedia, un western, un thriller o una película sobre la última vaca tudanca de Oregón. Porque su mirada, que coincide con la de la cámara, estará atravesada por el acontecimiento cristiano, y eso se nota. Siempre. Tiene un olor especial. Y no me refiero solo al contenido moral y antropológico del guion, sino a la mirada del cineasta, que tendrá siempre el brillo de una vida conquistada por la Alegría, por la Esperanza. Aunque la temática argumental sea dramática.
Por ejemplo, el director Juan Manuel Cotelo es conocido por su obra documental católica, en el sentido confesional del término. Pero consideramos que una de sus obras más católicas es El sudor de los ruiseñores, una película de ficción sobre un músico inmigrante rumano. El tema no es religioso pero es una película católica. Lo mismo se podría decir de La piel de la tierra de Manuel Fernández.
Haciendo una trasposición podemos mirar de reojo al cine de Andrei Tarkovsk y fijarnos, por ejemplo, en Stalker, una cinta de ciencia ficción que no tiene nada de confesional. Resulta evidente que esa cinta sólo la puede haber rodado un hombre profundamente religioso y espiritual, aunque proviniera de un país oficialmente ateo y marxista.
Quizá la diferencia entre un tipo de cine y el otro está en las intenciones del autor. En un caso tiene una motivación prioritariamente apostólica, en el otro artística; en el primer caso se quiere catequizar, en el segundo, contar una historia; en uno, se quiere transmitir la doctrina correcta; en el otro, el mundo personal del cineasta. Ambas cosas son igualmente lícitas, pero son innegables las diferencias entre ambas. Normalmente el destinatario de las películas confesionales es el de casa, el católico, y en ese sentido es autorreferencial.
En cualquier caso, lo que hace atractiva una película son sus acentos de verdad humana, sean pocos o muchos, y el católico es el que sabe reconocerlos, identificarse con ellos y «quedarse con lo bueno». Por ello no necesita de un cine con denominación de origen, sino películas que, ignorando las ideologías, nos cuente con honestidad el acontecer de lo humano.
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